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“Conrad Schröder,
Berliner Zeitung, Berlín.” –“Encantada”.
“Philip Adams, Morning Star, Melbourne.” –“Encantada”.
“John Lowry, Daily Telegraph, Londres.” Londres, la
escala de mi gira
previa a la áurea,
eterna, aérea, espléndida Roma, capital del Tiempo
donde para siempre Joe
y yo arderemos en la luz perenne de su aire
y de mi memoria, porque
el tiempo, como las princesas, tiene sus privilegios
y así como el mío será
dejar impresas como fotogramas mis sucesivas imágenes
cruzando por la edad el
umbral invisible de la tristeza y de la madurez,
el del tiempo es
ensancharse, de modo que una vida, el amor, pueden caber
en el paso que ahora doy,
en los reflejos iridiscentes de un instante de vidrio,
durante esta recepción
que he improvisado a los caballeros de la prensa.
“Luca Gentile”, Il
Messaggero, Roma”. Roma, ciudad de palomas y columnas,
capital de mi corazón, pero donde anteanoche me sentí presa de la Historia,
esclava
de rasos y brocados, sitiada de horarios e itinerarios,
de besamanos y
discursos sobre el Progreso y la Amistad de las Naciones,
disecada de honores
como una laureada artista al margen de la realidad,
y me descolgué al
jardín del deseo para ver cómo se divertía la gente,
y me mareé en el
tiovivo de la noche redonda, al giro de sus fuentes y plazas
me sentí ebria de
euforia y somníferos, pero también sonámbula de sorpresa
porque nadie se
inclinaba ni me cedía el paso ni la policía cortaba el tránsito,
ingrávida de emoción, curiosa como un fantasma entre sus descendientes,
libre y levitatoria,
sin arrastrar las cadenas de mi dignidad y mi majestad.
“Ioannis Nikis, Radio Grecia, Atenas.” Atenas, donde
debería estar ahora,
de no despertarme aquel
joven alto y moreno que no era ningún mayordomo
sino que resultó el príncipe
que me rescataría del hechizo de ser princesa
y por veinticuatro
horas me encantó con la ilusión de ser una joven normal.
Amanecí en su cuarto,
sin frisos ni frescos, un desastre de papeles y botellas
que me hizo desear
vivir en aquella fantasía del desorden: estaba trémula
y excitada porque al
fin la realidad me rozaba como un animal salvaje,
como si él me hubiera
tocado en la cama a la deriva por aquel desbarajuste.
“Giovanni Aleppo, La Stampa, Roma”. Roma a mediodía me acogió riendo
como una madre: cantaban
el sol, las flores, los pinos, iba yo anónima y ligera,
leve y fresca, sin
sombra, casi volando en mi blusa blanca como otra paloma
entre risas y
campanadas, expectante, sin la losa de cortesías y pleitesías,
notando la pura vida
fluir con las fuentes, correr con las bicis y las Vespas.
Invisible y real –pero
sin corona- me corté el pelo y me regalé con un helado
que se me derretía de
la propia emoción de sentirme exultantemente viva.
Me di cuenta de que me
estaba adjudicando un día libre: justo a aquella hora
tenía prevista una
entrevista con el reportero que aún no sabía que era Joe.
Se hizo el encontradizo
y el resto de la jornada agotamos Roma en terrazas
y visitas: el Coliseo,
el Quirinal, Caracalla, el día de mi primer cigarrillo,
de mi primer beso, de
mi primera moto, que casi me endosó una ficha policial.
“Irving Radovic,
Servicio Fotográfico”. Sonrío a su amigo el fotógrafo,
el que por culpa de Joe siempre acogía más manchas que un leopardo
y me inmortalizó
tocando el paladar de piedra de la Boca de la Verdad,
bailando en una barcaza
del Tíber a la radiante luna de Roma,
estallando una guitarra
en la testa de un hombre vestido de negro:
Irving nos siguió a
todas partes, cómplice de mi compañero de vacaciones, Joe,
el más generoso de los
príncipes, quien me hizo sentirme cómoda y natural,
y con un beso me
despertó del hechizo de mi rango y pétreo abolengo.
“Joe Bradley", American
New Service, New York”, y doy el último paso
antes de despedirme de
él para siempre, porque nuestras vidas son paralelas,
nos veremos en las
recepciones pero no volveremos a tocarnos,
la realidad nunca
volverá a rozarme como un animal salvaje,
y era verdad que toda
la vida, el amor, pueden caber en un solo paso,
en un paso puedo como
ahora caer al abismo pero él no caerá en mi olvido,
ese es el privilegio
del tiempo, ensancharse tanto como el aire de Roma,
y mi privilegio de
mujer será recordar, y el de princesa dejar grabadas
en la memoria de la
ciudad las imágenes sucesivas de mi presencia,
pero en un paso no solo
cabe el amor, sino también la soledad del amor,
el paso que ahora doy,
el que di anoche al salir del coche tras rogarle
que no me siguiera más
allá de la vieja esquina de la resignación,
condenando al más leal de los hombres a abrazar mi fantasma,
a cualquiera de mis
sucesivas imágenes que como fotogramas
para siempre se
quedarán latiendo en Roma, Roma, Roma.
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