sábado, 22 de marzo de 2014

VACACIONES EN ROMA


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“Conrad Schröder, Berliner Zeitung, Berlín.” –“Encantada”.
“Philip Adams, Morning Star, Melbourne.” –“Encantada”.
“John Lowry, Daily Telegraph, Londres.” Londres, la escala de mi gira
previa a la áurea, eterna, aérea, espléndida Roma, capital del Tiempo
donde para siempre Joe y yo arderemos en la luz perenne de su aire
y de mi memoria, porque el tiempo, como las princesas, tiene sus privilegios
y así como el mío será dejar impresas como fotogramas mis sucesivas imágenes
cruzando por la edad el umbral invisible de la tristeza y de la madurez,
el del tiempo es ensancharse, de modo que una vida, el amor, pueden caber
en el paso que ahora doy, en los reflejos iridiscentes de un instante de vidrio,
durante esta recepción que he improvisado a los caballeros de la prensa.
“Luca Gentile”, Il Messaggero, Roma”. Roma, ciudad de palomas y columnas,
capital de mi corazón, pero donde anteanoche me sentí presa de la Historia,
esclava de rasos y brocados, sitiada de horarios e itinerarios, 
de besamanos y discursos sobre el Progreso y la Amistad de las Naciones,
disecada de honores como una laureada artista al margen de la realidad,
y me descolgué al jardín del deseo para ver cómo se divertía la gente,
y me mareé en el tiovivo de la noche redonda, al giro de sus fuentes y plazas
me sentí ebria de euforia y somníferos, pero también sonámbula de sorpresa
porque nadie se inclinaba ni me cedía el paso ni la policía cortaba el tránsito,
ingrávida de emoción, curiosa como un fantasma entre sus descendientes,
libre y levitatoria, sin arrastrar las cadenas de mi dignidad y mi majestad.


“Ioannis Nikis, Radio Grecia, Atenas.” Atenas, donde debería estar ahora,
de no despertarme aquel joven alto y moreno que no era ningún mayordomo
sino que resultó el príncipe que me rescataría del hechizo de ser princesa
y por veinticuatro horas me encantó con la ilusión de ser una joven normal.
Amanecí en su cuarto, sin frisos ni frescos, un desastre de papeles y botellas
que me hizo desear vivir en aquella fantasía del desorden: estaba trémula
y excitada porque al fin la realidad me rozaba como un animal salvaje,
como si él me hubiera tocado en la cama a la deriva por aquel desbarajuste.
“Giovanni Aleppo, La Stampa, Roma”. Roma a mediodía me acogió riendo
como una madre: cantaban el sol, las flores, los pinos, iba yo anónima y ligera,
leve y fresca, sin sombra, casi volando en mi blusa blanca como otra paloma
entre risas y campanadas, expectante, sin la losa de cortesías y pleitesías,
notando la pura vida fluir con las fuentes, correr con las bicis y las Vespas.
Invisible y real –pero sin corona- me corté el pelo y me regalé con un helado
que se me derretía de la propia emoción de sentirme exultantemente viva.
Me di cuenta de que me estaba adjudicando un día libre: justo a aquella hora
tenía prevista una entrevista con el reportero que aún no sabía que era Joe.
Se hizo el encontradizo y el resto de la jornada agotamos Roma en terrazas
y visitas: el Coliseo, el Quirinal, Caracalla, el día de mi primer cigarrillo,
de mi primer beso, de mi primera moto, que casi me endosó una ficha policial.


“Irving Radovic, Servicio Fotográfico”. Sonrío a su amigo el fotógrafo,
el que por culpa de Joe siempre acogía más manchas que un leopardo
y me inmortalizó tocando el paladar de piedra de la Boca de la Verdad,
bailando en una barcaza del Tíber a la radiante luna de Roma, 
estallando una guitarra en la testa de un hombre vestido de negro:
Irving nos siguió a todas partes, cómplice de mi compañero de vacaciones, Joe,
el más generoso de los príncipes, quien me hizo sentirme cómoda y natural,
y con un beso me despertó del hechizo de mi rango y pétreo abolengo.
“Joe Bradley", American New Service, New York”, y doy el último paso
antes de despedirme de él para siempre, porque nuestras vidas son paralelas,
nos veremos en las recepciones pero no volveremos a tocarnos,
la realidad nunca volverá a rozarme como un animal salvaje,
y era verdad que toda la vida, el amor, pueden caber en un solo paso,
en un paso puedo como ahora caer al abismo pero él no caerá en mi olvido,
ese es el privilegio del tiempo, ensancharse tanto como el aire de Roma,
y mi privilegio de mujer será recordar, y el de princesa dejar grabadas
en la memoria de la ciudad las imágenes sucesivas de mi presencia,
pero en un paso no solo cabe el amor, sino también la soledad del amor,
el paso que ahora doy, el que di anoche al salir del coche tras rogarle
que no me siguiera más allá de la vieja esquina de la resignación,
condenando al más leal de los hombres a abrazar mi fantasma,
a cualquiera de mis sucesivas imágenes que como fotogramas
para siempre se quedarán latiendo en Roma, Roma, Roma.
    

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