Joe, león de Wisconsin,
campeón de la sospecha,
Bella Bestia, cazador
de brujas, lobo feroz,
implacable Ahab
perseguidor
de la Ballena Roja, del Mal,
heredero de los
pioneros, pasajero de veleros e históricos barcos, el Pequod,
el Mayflower, el Maine,
o aquellos de Boston cargados de té,
sucesor de los puros y
puritanos que purificaron a las brujas de Salem,
seguidor de la doctrina
de Monroe (no la paloma pechugona de falsa plata):
“América para los
americanos”,
honor a ti, Gran
Inquisidor,
flagelo de
envenenadores de sueños y alcahuetes de la fantasía
que travisten las
ilusiones con las lentejuelas de la lujuria y la utopía,
destructor de la nueva
Gomorra y capital de la gonorrea, Hollywood,
libéranos de Charlot,
de E.G. Robinson, de Robin Hood,
de quienes licuan en
poluciones las oraciones de nuestros hijos,
y deforman en
pesadillas sexuales los sueños de nuestras hijas,
de quienes en el vaho
dibujan demonios en las ventanas de sus dormitorios,
y con nieve negra
modelan muñecos que se acoplan,
Joe, guardián de los
fetiches de nuestros ideales, de nuestros altares,
rey-sacerdote de la
Cruzada estadounidense, santo de los senadores,
ángel exterminador de
los saboteadores, de los traidores,
acúsalos en el comité
con el relámpago de tu índice,
con sangre marca sus
umbrales
o mejor sus
desfatachadas fachadas encala de males,
que cada mañana la
noche penetre en sus mansiones,
que en sus salones
ladre el viento que trae las enfermedades,
que de sus dinteles
cuelguen como cerdos sus sombras destazadas,
apúntalos con sus
propias cámaras, desde los micrófonos insúltalos,
trábalos entre los
cables y las redes de un circo mediático y romano,
confúndelos con
subcomisiones, investigaciones, inquisiciones,
véndeles un saldo de absoluciones a
cambio del tesoro de las delaciones,
siembra en sus jardines
la cizaña de la desconfianza,
libera en sus piscinas
el miedo, una camada de serpientes,
que la hiena de la
paranoia ría en los altavoces de las declaraciones
y en la opinión pública
apesten sus cadáveres bajo los buitres de la prensa.
Joe, custodio de
nuestras costumbres, medidor de lealtades,
juez de nuestra parte,
impostor ante los impostores,
contra los falsos urdidor de falsedades,
infiltrador de males a
los infiltrados,
escarnecedor
interrogador,
como un cigarro prende
la antorcha del Ku-Kux-Klan
(la preferimos a la de
la Estatua de la Libertad)
antes de que la Guerra
Fría empiece a abrasarnos a todos,
libéranos de la Quinta
Enmienda y de la Primera,
mejor que cada uno se
acuse a sí mismo de comunismo,
libéranos de Bacall y
Bogart, de John Garfield, de Bertold Brecht
(preferimos a Ben
Hetch),
libéranos de Dalton
Trumbo (preferimos a Dumbo),
de esos pervertidos que
envenenan los guiones con doble sentido,
de esos íncubos que
humedecen los sueños de nuestros hijos,
de esos súcubos que
reptan en el inconsciente colectivo,
Joe, gloria a ti, el
mejor perseguidor,
llama a declarar a
Jefferson, Lincoln, Washington,
como testigos amistosos
o si hace falta forzosos,
que la Constitución
pierda jurisdicción,
desenmascara o mejor
descarna a los impostores, que se les vea la calavera,
párteles los huesos con
las barras como espadas de la bandera,
cláveles las estrellas
en los ojos y que no mueran hasta la de Hawai,
llévales la ruina a
casa como una carta certificada,
regálales una manzana
con el gusano de la discordia,
róbales la espiga y la
flor, el fruto y la hoz (y busca el martillo),
que cada tarde los
visite la angustia para jugar un solitario,
que en sus casas
gobierne la esquizofrenia como una ama de llaves ebria,
que cada palabra que
piensen se borre del desierto de sus mentes,
que cada imagen que
fabriquen se desvanezca como un espejismo,
que sus máquinas de
escribir se vuelvan mudas como tortugas,
y Joe, sobre todo no te
olvides de nadie,
que los Diez de
Hollywood sean diez mil,
como un verdugo
márcalos a todos con una letra roja,
apúntalos uno a uno,
hacia la derecha hasta llegar al centro,
y si hace falta avanza
un poco de nuestro lado,
y con sangre apúntalos a
todos en tu lista negra.
No hay comentarios:
Publicar un comentario