Sin duda el cine negro americano de los años cuarenta es uno de esos oasis a los que acudir con el fin de descubrir unas más que seguras joyas cinematográficas ocultas de una modernidad inspiradora. Porque más allá de Lauras, Perdiciones, Sueños eternos, Perversidades o Carteros que siempre llamaban dos veces, el noir americano adopta la forma de un saco sin fondo colmado de incontables obras más que notables que ostentan la virtud de no dejar indiferente tanto a nuevas como vetustas generaciones de adoradores de la cinefilia.
Este es el caso de Paula, una obra que se engloba en lo que yo denomino el noir tardío. Cinta producida a finales de los cuarenta por una grande como la Columbia Pictures en unos años en los que ese cine de detectives, mugre, exploración de las cloacas criminales y de los bajos fondos muy ligado a los traumas y sufrimientos que emergieron en esa generación que se recuperaba de los estragos físicos y psicológicos del regreso a casa tras el armisticio que dio fin a la II Guerra Mundial dio paso a un cine negro más estilizado y maquiavélico, donde melodrama y suspense se daban con total naturalidad la mano para tejer tramas tan enrevesadas como nostálgicas.
Uno de los puntos de más me fascinan de esta perfecta pieza de fina relojería es su modernidad. Un halo contemporáneo logrado gracias a un guión que no tiene desperdicio firmado por el imprescindible Ben Maddow, una de las víctimas de la caza de brujas que tuvo lugar en el cine americano dirigida por el senador McCarthy, al que el cine debe las magistrales líneas de obras tan poderosas y valientes como Han matado a un hombre blanco, La jungla de asfalto o Johnny Guitar. De las afilada y sinuosa mente de Maddow emerge una epopeya que se recrea en el mito del perdedor apoyándose igualmente para generar intriga en una subtrama de expiaciones y falsos culpables así como en la típica historia triangular de amores traicionados, femmes fatales y astutos planes de asesinatos sitos en esas asfixiantes pequeñas poblaciones de la América profunda que en cierto sentido recuerda a ese Cartero siempre llama dos veces de James M. Cain aliñado con ciertas gotas de El tesoro de sierra madre con una guinda que saborea un aroma a esas ninfas que nos hace preguntar si nos hallamos ante un Ángel o un diablo.
Como máximo responsable de la producción se sitúa un artesano que dio lo mejor de sí en los estudios RKO como Richard Wallace. Aquí, el autor de Perseguido da muestra de su pericia narrativa aprobando con nota gracias a una puesta en escena vigorosa, colérica y en cierto sentido abrupta que sirve para dotar de esa atmósfera violenta, achacosa y malsana que requiere una epopeya que no deja un minuto de respiro.
Paula no es un noir al uso. Los claro oscuros brillan por su ausencia entre los luminosos parajes naturales que sirven de escenario a la acción, dejando por el contrario paso a una composición de escena muy elegante, quizás más emparentada con un melodrama clásico. Pero esta aparente falta de atmósfera negra se suple sin problemas gracias al desarrollo de una trama amparada en la sordidez, el adulterio, la mezquindad y la codicia como nudos principales sobre los que pivotan los acontecimientos que vertebran la espina dorsal de la epopeya.
La película arranca de forma visceral, mostrando a un maltrecho ingeniero de minas llamado Mike Lambert (Glenn Ford que con su solvencia habitual vuelve a perfilar uno de esos personajes que le venían como anillo al dedo) conduciendo en un claro estado etílico un camión de suministros a través de unas angostas carreteras. El inestable automóvil dará sus huesos contra el vehículo de un viejo buscador de oro llamado Jeff Cunningham (Edgar Buchanan), quien circulaba por la avenida principal de un crepuscular pueblo minero sito en un aislado paraje de esa América blanca y rural tan del gusto de los autores del género negro.
En lugar de enfrentarse con Cunningham, Lambert exigirá a su patrón que indemnice los daños provocados en el vehículo del minero lo que motivará su despido convirtiéndose de este modo en una especie de vagabundo sin rumbo en medio de un entorno hostil y desconocido. Sin embargo Lambert dará sus huesos en el bar La Paloma donde conocerá a una bella y misteriosa camarera llamada Paula que súbitamente fijará su atención sin motivo aparente en la figura y rostro del recién llegado de un modo ciertamente irracional.
Así, Paula decidirá renunciar a su empleo de camarera, abandonando el local en compañía de un achispado Lambert al que cobijará en su casa. Pero las intenciones de Paula no son las que en un principio las apariencias harían creer. Puesto que en lugar de un súbito enamoramiento de ese desconocido con quien huir del irrespirable ambiente que domina el pueblo, la rubia platino en realidad adopta a Mike como muñeco al que utilizar para ejecutar junto a su amante – el vicepresidente del banco del pueblo y marido de la hija del dueño- el robo de doscientos cincuenta mil dólares almacenados en una caja de seguridad del banco, urdiendo para ello el asesinato de Mike en un falso accidente de tráfico para hacer creer que bajo el cuerpo del fallecido se esconde la persona del vicepresidente y malversador del dinero expoliado.
Sin embargo, el maquiavélico plan de asesinato y huída maquinado por los adúlteros amantes se verá truncado por la incipiente atracción que Paula comenzará a sentir hacia el atormentado ingeniero Lambert, hecho que dará un giro de ciento ochenta grados al inicial plan de la femme fatal. Todo ello se complicará con una falsa acusación de asesinato que caerá sobre los hombros del bondadoso Jeff Cunningham. Un contratiempo que pondrá contra la espada y la pared la conciencia de un Lambert al que se le presentará la disyuntiva de tener que elegir entre la libertad y el amor enfermizo de Paula o desvelar su presunta culpabilidad de asesinato para salvar la vida del único habitante del pueblo que le tendió su mano y ayuda.
Estos son los mimbres que convierten a Paula en uno de los noir más interesantes, enrevesados y torcidos de la historia del cine americano. Y es que esta es una película que despliega todo un torrente de pasiones y desengaños, de modo que lo cierto acabará convirtiéndose en hipotético en un perverso juego donde nada es lo que parece. Las traiciones, dobles intenciones, manipulaciones y asesinatos tan del gusto de los amantes del género desbordan cada minuto del metraje de Paula. Wallace tejió una cinta poderosa, terriblemente entretenida y técnicamente perfecta que no da un segundo de descanso al espectador, perfilando a una de esas femme fatales imposibles de olvidar con el rostro angelical de una Janis Carter quien regala una de esas interpretaciones venenosas y fascinantes que quedan en la memoria indeleble del público.
Porque Paula es una de esas películas imperdibles para todo fanático del género negro que gracias a un milimétrico guión de tonalidad B perfectamente puesto en escena por los técnicos de la Columbia ofrece un perfecto retrato de la maldad, la esquizofrenia y la mitología de la derrota que persigue a esos seres marcados con la señal de la desgracia, moldeando un pérfido dibujo de esos microcosmos de mezquindad brotados de las pequeñas poblaciones americanas.
Autor: Rubén Redondo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario