miércoles, 9 de diciembre de 2015

PERVERSIDAD (SCARLET STREET)


                             

Se cumplieron las profecías de mis pinturas,
los presagios que impone el horror sereno de mis figuras:
reptando desde la boca del metro, por el elevado, desde el Bronx
un monstruo que me conoce se desencadena hacia Brooklyn,
una serpiente con alas de buitre e infinitas cabezas de tigre,
y una epidemia de pánico ha devorado a los artistas del Village,
y los tres, Jonnhy, Kitty y yo, la víctima propiciatoria,
Chris Cross, Cristo Crucificado, ellos dos y yo,
el probo cajero, el cordero que llevaba un lobo adentro,
lúgubres bajo las centellas de la lluvia por la sombra blanca,
vagamos a ambos lados de la mampara translúcida
que separa su muerte de mi vida.
Puedo ver el jazmín de sus abrazos, las orquídeas de sus carnosos besos,
las flores carnívoras de sus amores:
yo los reuní bellos y jóvenes en el invernadero de la muerte,
y nuestras tres sombras insomnes, las dos de ellos y la mía láctea
vagan por dos avenidas paralelas separadas por edificios de cristal,
a través del Nueva York de mis cuadros, postnuclear,
por el escorzo de un Broadway como el negativo de un crepúsculo,
o más que una fotografía la radiografía de un día,
los tres exangües y sangrientos en la penumbra clara por el umbral,
ellos dos y yo por la Quinta y la Séptima como túneles de una madriguera,
en la perspectiva de una ciudad submarina, abisal,
tres peces en dos acuarios,
dos espermatozoides esquizoides en un ovario, en un osario,
Kitty y Johnny ciegos a todo lo que no sea su amor y mi escarnio,
y yo sin talento ni trabajo ni techo ni amigos ni suicidio,
los tres hemos recibido nuestra suerte, ellos el amor y la muerte,
yo el lúcido escorpión del alcohol y la desesperación,
la visión de un cuadro tras otro sin que de ninguno me deshaga pintándolo,
los perros con fieros garfios del remordimiento,
la inercia de la miseria, los recuerdos de mis sueños de gloria,
cuando era un marido enterrado bajo desprecios y platos sucios,
un empleado que como un escarabajo moldeaba bolas de estiércol,
un ser invisible para una morena con broches de azabache en los ojos,
ojos tan cerrados a mí como los broches de su vestido de noche,
un pintor que en el lienzo cada domingo trazaba las calles de la soledad,
una ciudad de sal, espectral, lunar,
que a una luz fluorescente, de quirófano, de cocina o morgue
brillaba como nevada bajo la luna nueva,
y por donde se intuía ese reptil invencible que tan bien me conoce.
Entonces aprendí a pintar robando la caja durante las horas extras,
malversando la reserva de confianza depositada en mi palabra,
soñando que degollaba a mi esposa con el tallo de una margarita,
que hacía el amor y lo mataba, Kitty, con el pincel que lo inmortalizaría,
que mi palabra electrocutaba al destructor de su pureza y de su pereza,
oh, Kitty, no sé si puedes oírme,
o solo tienes aire para insultarme, reírte de mi cara de batracio,
dime dónde en el cono de luz de las farolas
dónde en el río de leche que ha inundado la noche,
dónde en el silencio de los puentes del alba,
dónde bajo las palomas de la fama de mis cuadros
se enroscará esa serpiente insaciable, invencible, de cabezas de tigre.
Aquí me he quedado, en el multitudinario desierto donde me dejaste
cuando me había deshecho de mi esposa como de una muerta,
cuando tu belleza había prescrito al mundo mi arte,
cuando con tu firma en mis obras como esposos compartimos el nombre,
cuando hiciste real mi sueño, mi engaño, ser un pintor famoso,
y de tanto presumir ante ti vino la vida a creerse mi mentira.
Ya nunca
trío de pálidos seres por la noche láctea en la ciudad sola
volveremos a reunirnos, Nueva York camina sobre los tres, nos aplasta,
multitud solitaria,
vosotros juntos y yo solo escuchando la verdad por tu boca,
tus insultos que me persiguen como halcones:
soy un cretino porque mi odio os ha reunido
y me ha privado de mi talento,
ya no puedo pintar porque no puedo robar, mentir, matar,
solo afrontar a esta serpiente con alas de buitre e infinitas cabezas de tigre:
la culpa inmortal, la moral de nuestra estirpe.
               
  

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