Andrés, un
avaricioso propietario dueño de una carnicería, trata en vano de desahuciar de
un edificio de su propiedad a un grupo de famélicos inquilinos con objeto de
derruir la vivienda para vender el solar y así obtener el dinero suficiente con
el que construir un nueva residencia de lujo para su familia, compuesta por su joven
mujer y su senil padre. Sin embargo su estratagema choca con la actitud
combativa de los cabecillas del vecindario que consideran ilegal el intento de
desalojo que trata de efectuar el codicioso potentado.
Harto de
argucias legales Andrés contratará los servicios como matón de Pedro, un
operario de su fábrica cárnica conocido por sus compañeros como El Bruto debido
a su descomunal poderío físico y a su escaso intelecto, para que amedrente con
su fuerza a los rebeldes moradores de su posesión inmobiliaria. Andrés alojará
a Pedro en el almacén de su casa (símbolo de la relación de dominio establecida
entre el amo y su fiel perro), compartiendo así espacio con su hermosa mujer
Paloma y su anciano padre, un viejo verde juguetón adicto a las golosinas y a
los dedos mojados en tequila de su fogosa nuera.
Pronto se edificará
una poderosa atracción sexual entre la visceral Bárbara, una mujer fatal que
mantiene una relación distante con su marido al cual pone innumerables excusas
para evitar tener que cumplir sus obligaciones maritales, y el tosco Pedro, un puro
macho que colmará las necesidades sexuales de la joven Bárbara. Pero un
desgraciado accidente causado por el escaso temple de Pedro para ejercer
mecanismos de coacción originará la muerte de uno de los cabecillas de los
vecinos a manos del matón. En la persecución que se establece por parte de los
amigos del fallecido, Pedro va a parar a la chabola de la hija del asesinado,
la cual esconde y protege a El Bruto creyendo que huye de una panda de
malhechores. Este acto desinteresado provocará el enamoramiento sincero y
fraternal de Pedro, que abandonará la casa de Don Andrés y a Doña Bárbara para
iniciar una nueva vida amorosa con su nueva compañera.
Con todo, la
felicidad de Pedro se verá truncada por los celos de Bárbara, que delatará ante
su nueva amante la verdadera identidad de El Bruto, dando lugar de esta forma a
el estallido de un torbellino de pasiones y violencia que culminarán en una
estampida de hervor en la que se
saldarán viejas deudas del pasado de forma fatalista.
Un simple
vistazo a la ficha técnica de El Bruto de Don Luís Buñuel podría hacernos
pensar que nos encontramos ante la típica película del melodrama de oro mexicano
por dos motivos: por un lado su trío protagonista constituido por los míticos
Pedro Armendáriz, Katy Jurado y Andrés Soler y por otro su inconfundible
argumento en el que los hombres que campan por la historia caen rendidos en las
redes de una mujer temperamental que hace aflorar los más bajos instintos
masculinos en su provecho.
Pero nada más
lejos de la realidad. En mi opinión El bruto, al contrario de lo que he leído
en algunas críticas publicadas, es una de las películas más oscuras y sátiras
de la denominada etapa alimenticia del genio de Calanda. La cinta ostenta gran
parte de los rasgos distintivos de la personalidad de Buñuel: su fetichismo por
la anatomía femenina, su obsesión por el sexo, su inconfundible sentido del
humor al más puro estilo de la picaresca del siglo de oro español, una denuncia de los abusos de poder
practicados por los poderosos y una fotografía rica en simbología en la que
destaco las tres escenas de sexo que suponemos tienen lugar en la trama que son
fotografiadas fuera de campo retratando en su lugar una hoguera como símbolo de
la pasión que se está consumando en otro
lugar de la habitación.
Y es que El Bruto es una cinta tremendamente turbia. No solamente por su virulenta trama protagonizada por un sujeto que emplea en beneficio de su patrón su tremenda fuerza física en sustitución de las pocas luces que adornan su cerebro, sino por su enrevesada historia en la que las inclinaciones sexuales pivotan en un cuadrilátero amoroso al más puro estilo de las novelas negras de James M Cain, dibujando una figura dotada de intrincadas y revueltas relaciones familiares ocultas a los ojos de los protagonistas – en el desarrollo de la epopeya se deja entrever que Pedro es en realidad el hermano bastardo de Don Andrés-.
Uno de los
hechos más llamativos de la película es su mezcolanza de géneros. Si bien en un
principio parece que la sinopsis va a optar por los derroteros del neorrealismo
italiano – es clara la semejanza del comienzo de la película con Milagro en
Milán o Noble Gesta – conforme avanza la narración el argumento va
aproximándose hacia el universo del cine negro. De hecho la intriga es
sospechosamente similar a la diseñada por James Cain en El cartero siempre
llama dos veces – matrimonio disfuncional formado por un rico y viejo
comerciante y una joven fogosa cuya rutina es interrumpida por la irrupción en
el hogar de un joven visceral- Todos los personajes que aparecen en pantalla carecen
de bondad, anteponiendo su interés propio a la solidaridad con el prójimo,
reflejándose de este modo el odio profundo que sentía Buñuel hacia ciertos tics
inherentes al ser humano. Únicamente, parece que el aragonés sienta cierta
simpatía hacia el anciano padre de Don Andrés, un viejo travieso que aprovecha
su estado demente para disfrutar de ciertas partes de la anatomía femenina de
su nuera con total descaro y naturalidad. Suyas son las frases más jocosas y
directas del guión, un script escrito por el propio Buñuel en colaboración con
Luís Alcoriza, pleno de chascarrillos y de un humor muy negro que provoca la sonrisa
del espectador ante las situaciones más grotescas e inimaginables.
Porque otro de
los aspectos destacables de la película es su guión, de diálogos afilados y
mordaces. A diferencia del cine pausado e introspectivo de otras cinematografías,
en El Bruto los actores no paran de hablar, soltando perlas por su boca a cada
segundo de metraje, no dando opción a que el silencio se apodere de la acción.
El ritmo vertiginoso que disfruta la cinta es fomentado con una puesta en
escena donde el plano medio y secuencia son los dueños del montaje.
Buñuel concede
con este estilo un estilo muy teatral a la narración, apoyándose en planos
rodados en decorados de interior y permitiendo que los actores se luzcan en
largas secuencias sin cortes y muy dialogadas. Espectacular es la
interpretación de Katy Jurado que consigue dibujar uno de los mejores papeles
femeninos del cine mexicano. Es perturbadora la naturalidad que hace desprender
a su personaje. Sus gestos, su entonación rememora las mejores actuaciones de
la gran Anna Magnani. Igualmente Pedro Armendáriz está excepcional confiriendo
a su papel del carácter bronco y rústico que precisa.
El director hispano
mexicano renuncia al empleo de elementos neorrealistas para filmar una obra
mayor, intimista y de gran contenido
ideológico, en la que el abuso de poder de los antiguos terratenientes apoyados
en leyes promulgadas a su favor en aras de seguir ejerciendo relaciones de
dominación en contra de los pobres, choca con el sentido de lo que consideramos
justo. Y todo ello ornamentado con una puesta en escena directa, ágil,
frenética, muy entretenida, con elementos muy buñuelescos como los
anteriormente mencionados, por lo que los ochenta minutos de duración de la
obra pasan en un abrir y cerrar de ojos.
Se dice que Don
Luís nunca tuvo mucho afecto a esta
película. Seguramente el hecho de no incluir en su metraje elementos grotescos
de puro surrealismo pudo ser el motivo de esta desafección. En mi opinión, El
Bruto es una obra maestra, a la altura de los grandes melodramas de la historia
del cine, de una modernidad y frescura que asusta a los ojos del espectador en
pleno siglo XXI, y que goza de un elemento diferencial del resto de películas
de este género: el toque picaresco, burlesco, obsesivo, innovador, cruel,
morboso y singular de uno de los más grandes artistas que dio el pasado siglo
XX: el gran Luís Buñuel.
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