jueves, 11 de julio de 2013

PASIÓN DE LOS FUERTES


                  

Debí sospechar de la mirada oblicua de uno de los cuatro Clanton jr., de la sombra de maldad que pasó por los ojos del padre, de la facilidad con que movía los músculos del rostro y que instantáneamente le veló los rasgos de la traición. Junto con mis hermanos Virgil, Morg y James, llevaba las reses a California, y al verlas escuálidas en aquel erial el patriarca de los Clanton quiso aprovecharse comprándolas por el valor de los huesos. No accedí, y aunque domó la expresión de su cara como si fuera una fiera amaestrada, no pudo controlar –solo ahora lo veo- la sombra de cuervo que le cruzó las pupilas.

Dejamos a James al cuidado de las reses –ya no cumplirá más de dieciocho, ni nunca dejará de admirar al resplandor de la hoguera aquella baratija que insistía en que fuera de plata, templada al fuego de su amor por Corey-, y nos fuimos a visitar Tombstone, tras muchos cientos de millas la primera ciudad donde podrán afeitarnos y servirnos una copa. Queriendo preservarlo del vicio, alejamos demasiado a James de los cambios y accidentes de la vida, lo entregamos a la muerte.

Como una balsa ebria, la ciudad naufragaba por el unánime jolgorio del sábado noche, pero en vez de afeitarme la barba con una navaja estuvieron a punto de rasurarme a balazos. Se trataba de un indio borracho con el gatillo facilón, al que nadie se atrevía a reducir, de modo que tuve que hacerlo yo mismo aunque solo fuera para que el barbero terminara de afeitarme. Después de aquello las fuerzas vivas de Tombstone me ofrecieron el puesto de sheriff, y más cuando supieron que yo era Wyatt Earp, que venía de pacificar Dodge City, justo lo que ellos querían para sí, pero por más que subieron su oferta la decliné. No me imaginaba lo pronto que lo reconsideraría.

Exactamente a la media hora, en cuanto mis dos hermanos y yo nos encontramos que las reses habían desaparecido y al pobre James acribillado por la lluvia y tres tiros por la espalda. Acepté el cargo, con la condición de que Morg y Virgil fueran mis ayudantes. Todo el mundo dio por sentado que dimitiríamos en cuanto cazáramos al asesino de nuestro hermano. En el salón me informaron de que Doc Hollyday controlaba el juego y los Clanton el ganado, y justo entonces entraron a tomar una copa el padre y los cuatro hijos, la mirada huidiza, los chubasqueros impregnados del barro de una culpa que no podría borrar ni el Diluvio Universal.

Al día siguiente empezamos a indagar rastros y buscar pruebas que los condenaran. Morg siguió las huellas de nuestro ganado hasta una de las cercas de los Clanton. Esa noche entré en una partida de póker para ir tentando el ambiente. Fui víctima de las argucias de Chihuahua, una belleza morena que completaba sus ingresos de cantante indicando con señas a los tahúres las cartas de los jugadores. Aunque pasaba por novia de Doc Holliday –o al menos a eso aspiraba-, tuve que darle una lección.

Al fin irrumpió el mismísimo Doc Hollyday y por todo el salón sopló una gélida corriente de silencio. Expulsó por la puerta de servicio a un tahúr y sin saludar se acodó en la barra. Lo envolvía un aire de fatalidad, como si se hubiera contagiado de todas las muertes que había provocado y que con cruces negras señalaban el itinerario de su carrera de oeste a este. Agotado por la tuberculosis y de sí mismo, desarmado por un desengaño que parecía complacerle y por la tos, enfermo de autocompasión, tras haber malbaratado su título de cirujano y su vasta cultura en el dudoso honor de convertirse en el más temido matón del Oeste, a John Holliday solo le quedaba la intimidad con su mejor amiga, aquélla a la que su prolongado trato y cortejo lo había acostumbrado, y con quien pronto consumaría una sola vez y para siempre su amor: la muerte.

Me presenté a Doc en la barra, y como yo de él, ya todo lo sabía de mí. Por estas tierras los pájaros deben repartir los rumores. Aunque hubo un momento de tensión, lo solventé aceptando una copa de champán, y el pianista se puso a tocar de nuevo. Al final nos entendimos; me cayó bien y me convenía tenerlo de aliado contra los Clanton. Aunque para eso tenía que darme prisa, porque a cada trago, con la botella, se le vaciaba la vida. Le habían prohibido beber y eso le acentuaba el gusto por la bebida.

Una mañana llegó la diligencia de Deadwood con apenas cinco horas de retraso. Los mozos se afanaron con las maletas y los viajeros se precipitaron al bar. Bajó la última una belleza bruna y delicada, y mientras su botín charolado descendía del estribo a la tierra, la mañana entera pareció fracturarse en infinitos planos de emoción y todos los colores del pueblo se embebieron en el tono ocre de su vestido. Me miró, y en sus ojos se condensó la oscuridad de todas las noches que me había desvelado la soledad o que había soñado con mi mujer ideal.

Reaccioné para hacerle de botones: le llevé la maleta a la habitación. Se detuvo en recepción para preguntar por Doc Holliday, que se encontraba fuera. De algún modo intuyó la habitación de Doc, entró y con la yema de los dedos se puso a tocar sus cosas con una delicadeza que hablaba por sí sola, como si le estuviera acariciando la mejilla. Además, él tenía en la cómoda un retrato de la dama.

Envidié a Holliday al comprender que mi única baza era la paciencia, porque mientras él siguiera vivo y no lo ultimaran el whisky, la tos o una bala de ventaja, aunque limpiara yo la ciudad, implantara la ley o fundara una escuela y un hospital, nunca podría competir con aquél que contaba a su favor con el hechizo de la decadencia, con el encanto de portar una sombra que trascendía a ciprés y rosas, con la irresistible fascinación de la fatalidad y de la muerte.                 

                                                                                                                                                                                                

2 comentarios:

  1. Hola, me ha encantado el blog y las recomedaciones de cine, pero no encuentro en donde poder seguirlos para checar sus actualizaciones!
    Un saludo :)

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    1. Encantado de recibirte por aquí! Para estar al día del blog, lo más fácil es seguirme en la cuenta de Twitter @literaturacine Así además podemos comentar. Un saludo!

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