Posas el vaso en el
tocador del camerino y su tintineo estalla
en el atónito silencio
del espejo y de tu espanto,
el chirrido de un
timbre te trepana los tímpanos,
repica el lápiz en la
mesa con el augurio de campanadas de difuntos,
y al cerrar la navaja
el chasquido suena a un disparo a bocajarro:
has sido expulsado del
paraíso de silencio donde tú, George Valentin,
el nuevo Valentino, el
novio de oro del cine mudo
cuyo rostro fulguraba
sobre el fondo oscuro del inconsciente colectivo,
solo oías una tempestad
de aplausos y vítores.
Porque el silencio era
tu imperio, un espacio en blanco donde el metraje
se escandía y cada
espectador escuchaba el canto imaginario de su sirena.
Pero ahora te ladra tu
perro, el teléfono aúlla, crepita la seda de tu camisa,
y los obstinados
tacones de tus zapatos pautan la arritmia de tu pavor,
rechina la puerta,
detona el portazo, el sol martillea, trepida el estudio,
tres actrices
desintegran la mañana en esquirlas de risas,
y cuando ves que un
papel se balancea por el aire como un pájaro herido
o una hoja de otoño y
explota en el suelo con un fragor de metralla
comprendes que el
horror del sonido se ha instalado en tu dicha sin palabras
y que estos ruidos son
el rumor de tu ruina, el primer eco de tu ingreso
en el vestíbulo de una
pesadilla donde resuena un cóncavo pandemónium.
Aquí todo es tan falso
como en el cine pero no logras despertar,
crispas el rostro con
la muecas y visajes de tus exageradas actuaciones.
Un zumbido descompone
la realidad en figuras centrífugas que se dispersan
como piezas de un
rompecabezas que se desajustara a cámara lenta:
solo es el decorado de
una superproducción desarmado por los operarios
y un empleado te grita
que la Kinograph no rodará más películas mudas.
Sabes que tu anémica,
cadavérica voz no merece ningún oído,
que con ese estrépito
se ha derrumbado tu carrera, que tu pasado será un sueño
un fragmento de cinta
cercenado en la sala de montaje,
una toma descartada de
una escena repetida cien veces,
una secuencia entera
arrancada del libreto del guión en la papelera.
Humo son tus fugas,
intrigas y salvamentos en el último minuto de celuloide,
humo tus veladas de
champán, rubias platino y sombreros de copa,
humo las portadas, los
premios, las pasarelas, los aplausos,
humo tu silueta tramada
en el tapiz chillón de los mitos populares,
humo los autógrafos,
las entrevistas, las cartas, las sonrisas,
humo tu matrimonio,
monótono, rutinario como una película alimenticia,
humo tu amor, Peppy
Miller, la chica que abrazaba a tus fantasmas,
humo su amor, cómplice
del baile y de la alegría, demasiado joven para ti,
humo vuestro amor, una
ilusión parecida a la pantalla de transparencias,
humo aquel silencio de
la pantalla, humo los eufóricos años veinte,
todo humo de un fuego
infernal que ahora chasquea hasta ensordecerte.
Sí, tu pasado ya es el
argumento de una película perdida y olvidada,
o un actor envejecido
que suscita compasión con sus gestos exagerados,
te sientes encerrado en
un argumento lacrimógeno o una pesadilla,
pero el verdadero sueño
es tu éxito y la vigilia tu fracaso.
El productor grita que
no tienes nada que decirle al público
y solo ves alambres con
lenguas ensartadas que agitándose te insultan,
sordo a todos
planificas la producción de otra película muda
porque tú no necesitas
hablar: tus ojos hablan, tu cara habla, tus manos hablan.
En Hollywood cada gota
de lluvia es un perdigonazo a tus esperanzas,
toda tu vida se ha
convertido en un estrépito de catarata que te arrastra,
y mientras que Europa
se hunde bajo las voces de los dictadores
los vendedores de
periódicos vocean otra bomba: el crack de la bolsa,
estás arruinado, te das
al whisky, los cubitos cascabelean como una serpiente,
la copa se astilla y
por la grieta se hunde tu vida en un alud de lágrimas
Los oídos te zumban,
los truenos retumban, ruge el mundo
en una batahola de
micrófonos, altavoces, megáfonos,
y solo te queda el
silencio de la soledad, de la lluvia y de la muerte,
el del cauce seco de
salas vacías donde se proyectará tu película.
Al fin despiertas: ves
una telaraña en el cielorraso y a tu lado la botella
que al tocarla te
recuerda la fría piel de un cadáver y tintinea
con un gemido de
prostituta aterida de miedo.
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