martes, 15 de enero de 2019

EL ASEDIO: Sobre caracoles.



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-Pues sí, para ligar, junto con el naturismo, no hay nada como las nuevas tecnologías, y no paramos de chatear, amigo Felipe… En serio, ¿quiénes son las afortunadas? O más bien el afortunado, me ha parecido. ¿Tenemos fotos?
Más que empalagosas, interrumpiendo mi mail a Kafka, las palabras de Salus en su cibercafé parecen lubricadas, lúbricas, o más bien grasientas, untadas de mantequilla ya derretida; luce el hocico salpicado de una miríada de relucientes gotas como si acabara de devorar un muslo de pollo asado o un costillar de cerdo habiéndose deleitado con un chupeteo hasta el último cartílago.
-¿Sabes, Felipe? Yo contacto con la gente de Internet con la excusa de la vida sana y tal.
-Me imagino que por aquí, en el pueblo, solo habrá gente mayor.
-Habría que explotar eso. Yo haría una compañía de promoción de turismo rural entre los gerontófilos… En serio, ese amigo que tenemos es alemán, ¿no? ¿Vive por aquí cerca?
-¿Quién?      
-Franz.
-No, es checo. Vive en Praga.
-Invítalo a venir, en el secadero tenemos sitio de sobra. Esto le encantaría. ¿Cómo lo conociste? ¿A qué se dedica? ¿Cómo es?
-La verdad es que sí que le encantan los paseos por el campo. Pero no sé… es un joven tímido y solitario. Va de la oficina a casa y de casa a la oficina. No le gusta su trabajo y está bastante amargado.
-Hay un caso más grave, tener como yo el trabajo en casa… ¿Y a qué nos dedicamos? No creo que vivamos de la pintura, ¿no? ¿Qué vamos a hacer cuando volvamos a casa? ¿O nos vamos a quedar aquí toda la vida? ¿Necesitamos ayuda? –A su siguiente paso me deslizo tan atrás que desplazando la otra silla me encuentro ante el siguiente ordenador.
-Ya veremos. Vivo al día. Ni siquiera sé lo que voy a cenar. A propósito, he visto que sirves tapas.
-Somos el único cibercafé del mundo que lo hace. ¿Nos apetecen unos caracoles?
-Gracias, no me gustan –se retira dos pasos y recobro mi puesto. Observo los percudidos intersticios entre las teclas, idénticos a dientes con sarro o retículas de uñas sucias-… Oye, ¿y el material no se mancha?
-¿Qué importa? Con la comida incorporamos el mundo  de los sentidos al espacio virtual… En serio, yo probaría los caracoles –paso adelante-, mucha gente tiene prejuicios, les da asco y tal, pero después de probar el bichito ya no quieren comer otra cosa. Y es un producto natural.
-La verdad, no vale la pena intentarlo; no necesito tirarme de un séptimo para saber que no me mola –paso atrás.
-En el prado hay mogollón de caracoles, cerca de los secaderos, ya sabes. Cualquier día me verás por allí con una bolsa.
Navego por las noticias de un periódico digital para que me permita terminar el mail a Kafka. Una noticia demuestra estadísticamente que con la crisis ha aumentado el número de mujeres que se dedica a la prostitución.
-Son hermafroditas, ¿no? ¿Podemos mirarlo en Internet?
-¿Quiénes?
-Los caracoles. Para que luego digan que el asunto no es natural.
-Oye, has contratado a un cañón para el minimercado.
-Está muy bien, para quien le guste ese tipo de belleza. Se llama Candy, aunque no hace honor a su nombre, al menos conmigo. Espero que pronto empiece a rendir a tope, que es lo que interesa.
-Dile que venga y la invito a una ración de caracoles.
-Te costaría más que eso… Quizá a cambio del número de Franz… En las vacaciones me voy a Praga.
-Imposible: Franz odia los teléfonos. No me lo imagino llevando uno por nada del mundo. Sería un regalo de su padre o de su novia. Y aunque el pobre no hace nada malo no le gusta que lo controlen.
                                                                                          
                       
                                                                                                                                                                                           
                        

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