domingo, 16 de junio de 2013

LA MEJOR PELÍCULA DE CIENCIA FICCIÓN


                   

Solo en la noche, el abandono desprendiéndose de sus pasos, el larguirucho de traje gris y ascético rostro arrastra por la calle su desamparo y la maleta, mirándolo todo con el extrañamiento de un forastero, como si estuviera en Washington por primera vez. Se le nota desajustado con el mundo; lleva una cara que en mucho tiempo no parece haber visto a un amigo. Del sarcástico asombro con que ahora mira en torno se evidencia que viene de muy lejos. En los visillos iluminados por cálidas luces se agitan siluetas en torno a las mesas puestas; después todo, quizá solo le sorprende lo temprano que se cena aquí.

Por las ventanas entornadas resuenan los noticieros: ha huido del hospital el alienígena que la víspera salió del platillo volante aterrizado en el parque, junto al Capitolio. Los rádares habían captado su frenético acercamiento a la Tierra a seis mil kilómetros por hora. La histérica multitud vio cómo se deslizaba de la nave una escala automática que daba paso a cierta figura humana enfundada en una especie de escafandra.

Al larguirucho de la maleta parecen hacerle gracia tales noticias enunciadas con voces tan tremendistas. Al fin localiza una pensión al parecer con habitaciones disponibles y se adentra en el vestíbulo sin encontrar a nadie. Todos se encuentran en la sala, viendo la televisión con el aliento en suspenso; hasta se han olvidado de encender la luz. El locutor refiere que uno de los soldados del cordón que rodeaba el platillo disparó sobre el extraterrestre sospechando de uno de sus movimientos. Dispuesto a defenderlo, salió de la nave un autómata gigante, blindado de un metal inexpugnable, que con otros tantos rayos que emitió desde la ranura de su casco desintegró una metralleta, un cañón y hasta un tanque. Lo inmovilizaron unas palabras del extraterrestre, antes de que se lo llevaran al hospital del que acabaría por fugarse.

En la sala de la pensión el forastero nota el ambiente ensanchado por las respiraciones contenidas de los inquilinos, que ahora se sobrecogen al ver su figura perfilada en la penumbra. Se serenan cuando él se presenta como Mr. Carpenter y le demanda un cuarto a Mrs. Crockett, la casera. Alguien enciende la luz. Carpenter conoce a los demás y se queda absorto en Mrs. Benson, una joven viuda que a su vez, desde su convulsa belleza, cava con los enormes ojos oscuros en la profundidad del misterio de Carpenter.

En el desayuno los inquilinos siguen espantados por la visita de los marcianos, a excepción de Mrs. Benson y Carpenter, que aventura que quizá vengan en son de paz. Entre ambos fluye tal confianza que ella le permite hacer de canguro de su hijo Bobby, un despierto niño de ocho años que mientras su madre sale con su prometido, le enseña a Carpenter la ciudad. También van al parque a ver la nave, y Carpenter le explica a Bobby detalles sobre su propulsión, velocidad y aterrizaje. Para pagar las entradas del cine el hombre le cambia al niño dos diamantes por un par de dólares. Además, visitan al eminente profesor Barnhardt y como está ausente, Carpenter resuelve una ecuación de mecánica celeste que el científico tiene planteada en la pizarra de su despacho. Con ello pretende llamar la atención del profesor y le deja sus señas a la asistenta.

De vuelta a casa un agente del gobierno se lleva a Carpenter. Todo esto desconcierta a Bobby, que no sabe si tomarlo por un ingeniero o un ladrón de joyas; a su madre, cada vez más fascinada por él, y a Tom, su prometido, celoso del desconocido.

En las noticias se refiere que aún no han capturado al hombre del espacio. Se rumorea que éste pretende comunicar algo a los dirigentes del planeta, pero que las discordias entre estos impiden siquiera concertar una reunión conjunta. En efecto, la Guerra Fría está tan caliente que en cualquier momento puede desatarse una conflagración nuclear. Los comentaristas más disolventes elucubran si el marciano no habrá venido a advertirnos de que esto puede destruirnos a todos.

Carpenter vuelve a la pensión (el agente del gobierno solo lo condujo al despacho de Barnhardt, donde se encerró con él más de dos horas) y todos siguen subyugados por su misterio, que lo sigue como un perro fiel y peligroso. Esa noche Bobby lo sorprende saliendo a hurtadillas de la casa y no puede resistir el impulso de ir tras él. Carpenter se dirige al parque. Tras un árbol espía el operativo de vigilancia de la nave. Bobby ve cómo el robot gigante se activa y pone fuera de combate a los policías. Carpenter le imparte unas órdenes en un idioma ignoto, que hacen descender la rampa automática, e ingresa a la nave.

Ha traído el “Ultimátum a la Tierra”.    
                                      
                                  

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