Fred lo conoció hace
veinte años, en el funeral de su padre, el célebre productor Hugo Shields,
cuando él aún no era el hombre de hielo. Lo demostró al inventir sus últimos
quinientos dólares en pagar a cincuenta plañideros que dignificasen la
ceremonia, y después de haber oído a Fred criticar al difunto se negó a pagarle
sus diez dólares. Por la tarde Fred fue a disculparse a la mansión que brillaba
en la cima de la colina al ocaso de su gloria, ya que hasta el final había
ignorado que él fuese el hijo del difunto. Ambos congeniaron; con el hombre de
hielo nunca habría término medio.
Tenían en común el
talento, las ganas de trabajar en el cine y la pobreza, puesto que Mr. Shields
había muerto después de perder su fortuna y antes de recobrarla. Pero además de
deudas el viejo le había legado el orgullo de estirpe y buenos contactos. Fue
al intentar reconquistar el imperio de su padre como sus sentimientos se fueron
cristalizando hasta hacerlo de hielo.
Fred y él filmaron
siete westwern de cartón piedra, aprendieron el oficio y asistieron a ese tipo
de fiestas donde con las copas se reparten los papeles de las películas y de la
vida. En una de ellas él detectó a Harry Pebbel, el famoso productor ejecutivo
a quien su padre había introducido en el negocio. Fred, su novia y Syd, un
amigo, lo empeñaron todo para que él pudiera entrar en la partida de póker de
Harry Pebbel. El hombre de hielo se dejó ganar seis mil dólares para que Harry
tuviera que contratarlo si quería cobrar su deuda de juego.
Así que formando un
tándem direstor-productor Fred y él rodaron once dignas series B hasta que con
“La Condena de los Hombres Gato” se revelaron como artistas. Habían descubierto
el valor de la oscuridad y las metáforas en el cine de terror. En vez de la
típica secuela él convenció a Harry de que les aprobara una producción de
millón de dólares, una adapatación de la novela “La Montaña Lejana” que Fred
había madurado durante años. Incluso logró atraer como protagonista a Victor
Ribera “Gaucho”, el galán de moda. El único problema fue que no se consideró a
Fred lo bastante capacitado para dirigirla y dejándolo de lado contrataron a
Van Ellstein, un experto en manejar grandes presupuestos. No se trató de
egoísmo por parte del joven y prodigioso productor, sino de consumar el
proyecto de la única manera posible; sin él las ideas –bien es verdad que eran
de Fred- nunca se hubieran materializado. Desde luego que no volvieron a
hablarse.
Para el hombre de hielo
el cine estaba por encima de la amistad.
A Giorgia el hombre de
hielo la conoció en casa de su padre, otro mito del cine, el actor George
Lorrison. Pero mientras que a él lo había espoleado la pérdida del suyo, a
Giorgia la había sumido en un estupor de odio, admiración y complejo de
inferioridad ante él. Apabullada por la figura paterna, apenas toleraba el peso
de su leyenda entregándose a la ginebra o entre los brazos de hombres que
cambiaba en su cama con la frecuencia de las sábanas.
Él ya había creado su
propia productora y hasta Harry Pebbel trabajaba para él. Convocó a Giorgia para
el casting de un papel secundario y la acompañó Gus, el representante que nunca
pasaba de las antesalas. Fue contratada.
Una noche, al entrar
ella tambaleándose a su apartamento y difundiendo una vaharada de whisky y
colonia masculina, se lo encontró esperándola. La exhortó a dejar de actuar
ante sí misma como hija aniquilida por la grandeza de su padre, un papel que la
estaba alejando de representar otros mucho más interesantes en el cine.
Giorgia reaccionó, al
día siguiente hizo una prueba y en contra de opinión general él le dio el papel
protagonista de “Guerra y Paz”. Gus se ahogaba en el pañuelo de la emoción. Él
creía en el imán con que en la pantalla ella atraía las fantasías de los
espectadores. Antes de empezar a rodar le enseñó cómo debía interpretar, qué
ademán y tono de voz determinados requería cada escena. Pero la víspera de que
todo empezara a ella la poseyó el miedo de no cumplir las expectativas, recayó
en la bebida y por la mañana no se presentó en el plató.
Sin embargo, él volvió
a recuperarla. Tenía la certeza de que ella era la actriz ideal para esa
película. Comprendió que Giorgia se había enamorado de él y para que se
tranquilizara y diera lo mejor de sí misma empezó a salir con ella. Gracias a
lo cual ahora podía seguir aleccionándola fuera de los estudios, y en los
restaurantes le enseñó cómo bailar, fumar, caminar, y si ella lo miraba arrobada
él le prescribía que al día siguiente mirase exactamente así a la cámara.
Tras catorce intensas
semanas que ella solo pude soportar con las energías del amor, concluyó el
rodaje de “Guerra y Paz”. El estreno fue tal éxito que en la fiesta el
firmamento de Hollywood acogió a Giorgia como una nueva estrella. Para que
ocupara su lugar, alguna otra habría caído dejando la estela de un recuerdo
instantáneo. Ella fue a verlo a su casa porque sabía que al final de cada
rodaje sufría la tristeza de la consumación y prefería estar solo. Pero esa
noche estaba acompañado: lo consolaba una de las más atractivas extras. No se
preocupó de esconderla. Culminado el trabajo, ahora podía decirle que en verdad
no la quería, nunca querría a nadie porque todo lo había entregado a su trabajo
y fuera de eso no le quedaba nada que ofrecer. No se trataba de egoísmo, sino
de materializar el proyecto de ”Guerra y Paz” de la única manera posible; sin
él las ideas nunca hubieran dejado de ser solo ideas, aquel guión apenas habría
quedado para alimento de ratones e historiadores del cine.
Para el hombre de hielo
el cine estaba por encima del amor.
Ahora el hombre de hielo
se está derritiendo al sol de su ocaso, en la primavera de su fracaso. Ningún
banco le da crédito y solo lo financiarían si su próxima película fuera
dirigida por Fred, protagonizada por Giorgia y escrita por James Lee Barlow, el
novelista al que después de haber perdido a su esposa le dijo que después de todo le
vendría bien el accidente de aquel avión porque ella lo distraía de su trabajo.
Ninguno de los tres le
dirigen la palabra, pero impulsados en sus carreras gracias al que tanto
detestan, Fred ha pasado de ser un artesano a ganar dos Oscars, Giorgia dejó de
ser una borracha ninfómana para ser una estrella, y James Lee ha ganado el
Pulitzer. Y aunque convocados por el viejo Pebbel se han negado a participar en
ningún proyecto de quien les traicionó, ya se disputan el teléfono para
enterarse de los detalles. Volverán al despacho de Harry y sin leerlos firmarán
sus contratos.
Los tres son esclavos
del cine, adictos al innombrable y gélido demonio -¡Jonathan Shields!-, para
siempre han quedado Cautivos del Mal.
Hola amigo mío, me encanta la pasión (y erudición) con el que has hablado de esta gran película: siempre he pensado que es de los pocos films que se puede visionar 100 veces (solo pasa con los clásicos) y sin embargo siempre tienes la sensación que sentiste cuando la viste por primera vez.
ResponderEliminarHay algo que me llama la atención y es el hecho de que el principio de este film da toda la impresión de tener adosada ya una historia, lo mismo que el final que deja un margen abierto para otra que también intuimos.
La caída de un coloso y su capacidad para levantarse de nuevo y mientras tanto unos personajes que narran una biografía que, aunque parece nacida del rencor, siempre termina con una sensación de admiración y con una sonrisa.
Kirk Douglas es mágico pero, en este caso, lo es todo el reparto, pocas personas hay tan redondas como esta en toda la historia del cine.
Fantástico post, amigo mío.
Gracias, amigo, como de costumbre estoy de acuerdo con todas tus apreciaciones. Para que el arte pueda imitar a la vida la acción ha de iniciarse "in media res" y el final no puede ser cerrado. Gracias por tus lecturas y acertados comentarios!
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