domingo, 28 de abril de 2019

EL ASEDIO: Reencuentro.



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-Ojalá nada de esto hubiera sucedido.
-Si no te vas con la rubia, nada habría pasado.
-Si no me hubieras espiado nada habría pasado.
-Claro, me habrías seguido engañando como si no pasara nada.
-Estás equivocada. Sospechaba que me espiabas y me fui con ella para darte una lección. Sabía que estabas conchabada con Victoria.
-Mentiroso.
-¿No se suponía que me estabas poniendo a prueba?
-No me hacía falta probar nada. Me habías engañado con otras, tú que al principio tanto presumías de fidelidad. Con lo de Victoria solo quería que supieras que yo lo sabía. Así comprenderías el motivo de todo lo que empezó a pasarte al día siguiente.
-Has sido un poco dura.
-¿Habrías preferido que me olvidara de ti?
-Ha sido un desastre. Mi consuelo es que al menos he escrito una novela. Sin todo esto, no habría existido.
-Habrías escrito otra cosa.
-Puede. O tal vez no, tal vez habría sido feliz. Contigo.
La realidad de nuestro reencuentro divergió de lo transcrito hasta ahora. Adelantándome a los hechos, había pergeñado la escena en los últimos insomnios, cuando aún era dudoso que fuéramos a reconciliarnos o que sobreviviera al secuestro. En lo único que acertaron mis previsiones fue en la explicación del caso Victoria. Debería eliminar este pasaje como también tendría que reestructurar y corregir el material restante, pero ya he dicho que mi interés por la obra se ha volatilizado. Al final, aunque por motivos opuestos, ha resultado demasiado cierto mi propósito original de no revisar nada. Ángela me convenció de que la novela no valía la pena. Y ya he dicho que he perdido el gusto por la ficción, y aunque la novela no es tal por reproducir fidedignamente la realidad (a excepción del previo diálogo), no me apetece recordar aquella época. Quiero enterrar aquellos fatídicos meses en el olvido. Mis futuros exégetas se quebrarán la cabeza cuando encuentren estas páginas, polvorientas, amarillentas, al fondo de un cajón. No darán crédito a este final tan desaliñado. También se preguntarán por qué no he escrito más. En las nuevas ediciones de Bartleby y Compañía Vila Matas me incluirá como increíble caso de escritor grafómano que pasó a ágrafo. Pues bien, aquí consigno el motivo de no haber vuelto a escribir: soy feliz, feliz o al menos me siento satisfecho de la vida. Sí, a los más sagaces de mis críticos del futuro confirmo que mi última intervención en la conversación imaginaria es una interpolación actual, acabo de añadirla; el Felipe del presente no ha podido resistir imponerse al Felipe del pasado, aquel trasnochado nunca habría preferido ser feliz antes que escribir una buena novela. En buena parte he cimentado mi nuevo equilibrio en los consejos del Doctor García García. Al final superé mis prejuicios contra los psiquiatras. Puede que su tratamiento me ralentizara un poco el discernimiento, pero había que esterilizar toda la negatividad de mi mente, lograr que mi pensamiento fuera inocuo. Joseph Roth (el tercer Roth de los que me gustaban) presumía de ser lúcido y maligno: no quería acabar como él. Ahora, presumo de once horas diarias de sueño sin sueños y de haber encontrado el centro de mí mismo. Para escribir novelas hay que salir de sí mismo, convertirse en otros; definitivamente, la escritura es cuestión de excéntricos. Intentaré acabar estas páginas cuanto antes, garabatearé el final. Ah, también acerté el escenario del reencuentro, era fácil suponer que sería en la cafetería del Excelsior.
                       

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