sábado, 1 de diciembre de 2018

DIARIO DE UN PARANOICO, 1 de Diciembre: De resaca.



                    Resultado de imagen de modigliani

Pese a que me había acostado casi a las cuatro, despegué los párpados a la hora acostumbrada, las ocho. Me levanté turbio y resacoso, con la cabeza llena de grillos, sonámbulo de rabia, furioso por el plantón de Ángela de la víspera. El café me supo a cicuta. El cielo se desaguaba sobre la calle. Tiritando de desesperación, me arrojé al sofá de cretona y rechinando los dientes de desesperación, febril de encono, me dispuse a consumir la mañana rumiando mi desengaño.
Pero no tardé en saltar del sofá urgido por la escritura, con la inminencia de las palabras en la punta de los dedos. Tenía que describir lo que me había sucedido. Los lectores del blog estarían ansiosos de saber qué había sucedido la noche previa. Así que me recobré gracias a la necesidad de escribir este diario. La cabeza dejó de dolerme. Ya llovía menos.
Mientras escribía, volvieron las señales de Ángela al ordenador, en un momento dado el cursor trazó los pertinentes circulitos. No me agobié por ello, al menos ella seguía pendiente de mí. Ya se decidiría a aparecer. Volví a tomarme la medicación y recuperé el apetito. La Olanzapina atenuaba la obsesión, los pensamientos no me herían tanto, era como si aquello le estuviese sucediendo a otro. Después de una semana de tratamiento al fin me hacía efecto. Me preparé una gran olla de potaje de garbanzos. Recuperado, corrí la mesita de mármol a un extremo del salón, a un costado del mueble bar extendí la esterilla sobre e mármol rojo, y logré practicar yoga antes de la comida. Con la ducha desprendí de mi cuerpo los últimos rastros de la depresión. Después de la siesta repasé lo escrito por la mañana, lo encontré satisfactorio, y me dispuse a dar el paseo de cada tarde con mi madre. Después de todo estaba siendo un día como otro cualquiera. A la vuelta me dedicaría a leer durante tres horas Gente que Habla, de Eduardo Mendicutti, y después de la cena me pasaría el DVD de costumbre, en este caso La Reina Cristina de Suecia, antes de acostarme tan temprano como siempre.
-Tienes mala cara –me dijo mi madre cuando pasó a recogerme.
En la última esquina de Sócrates, mi calle, vi al barbudo, con una carpeta bajo el brazo, cruzando hacia nosotros, y le indiqué a mi madre que aquel era el tipo que no dejaba de seguirme a todas partes. Incrédula, para demostrarme que me equivocaba, me cogió del brazo y esperó a que el barbas llegara a nuestra altura. Se dirigió a él:
-¿No estará usted siguiendo a mi hijo?
-Es él quien me sigue adonde vaya –respondió con el tic nervioso convulsionándole la mejilla izquierda-. ¿Qué quieres de mí?.
                            
                                      
                            

No hay comentarios:

Publicar un comentario