domingo, 24 de febrero de 2019

EL ASEDIO: El álamo.



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Al fondo de la atascada fila de automóviles y de la prisa de los transeúntes, más allá de los agudos de los cláxones y de los parpados de los semáforos, del otro lado de la agitación de la mañana, flameante en el punto de fuga de la calle, como el vibrante espejismo de un oasis verde, concretándose en el vaho del estrépito y en la nebulosa de mi sueño, espuma de clorofila en el gris herrumbre, reflejo de ágata que destella en la niebla, helecho difractado por el agua sucia, mancha esmeralda en el lienzo, tiembla un álamo. Durante miles millones de pulsaciones, me detengo en la esquina para no perderlo de vista.
Despunta la feliz tristeza congénita a la primavera. Florece como una rosa secreta, una especie desconocida. Algo ha cambiado en la mañana. ¿Todo se debe a la visión del álamo? Desde que recuerdo, esta calle naufraga en el diminuto parque, el álamo no ha sido trasplantado, lo he visto a diario, pero ahora lo miro a una luz tan nueva que llego a dudar de ello. Es como si me hubiera enamorado de una amiga o compañera de toda la vida. Tintinea el aire fresco. La luz azul tañe acordes nítidos, distantes, fríos, argénteos. Estatua simbólica de la contemplación, petrificado de emoción, soy yo quien ha cambiado. Soy y no soy yo.
Una cara conocida amaga un saludo pero pasa de largo. Será un vecino; estoy al lado de casa, aún vivo con mamá en el piso de Ciudad Jardín, equidistante del ambulatorio y de la facultad de Letras donde curso el primer año. Soy un Felipe distinto al Felipe al que hace la eternidad de un minuto aún no se le había aparecido a lo lejos el espectro del álamo. Ebrio de poesía, ciego de lectura, después de pasarme toda la noche leyendo El Villorrio de Faulkner, me deslumbra una alucinación del insomnio o una intensificación de la vigilia, el álamo que en la lejanía gris azul dilata su llama verde.
El paisaje imaginario del condado de Yoknapatawpha se condensa en la espuma verde de este álamo erigido en metonimia, trasvasada a la realidad, de la flora de la ficción; algo si se quiere caprichoso, en verdad no recuerdo si en alguna descripción de la novela despuntan los álamos, en todo caso el algodón no se cultiva como en El Villorrio en la ciudad donde por otra parte los únicos negros son los vendedores ambulantes africanos. Lo que cuenta es que experimento cómo puede la ficción revelar y potenciar la realidad. Acaso no deba el arte reducirse a los mates tonos y esquemáticos contornos de la vida, sino la vida pugnar por lograr la belleza y plenitud del arte. Sigo admirando cómo la magia de la literatura se ha vertido en el álamo. Vibra pletórico al viento, palpitan sus hojas de plata, desde aquí creo percibir su rumor cóncavo de caracola.
Si al fondo del monótono ajetreo y del trajín cotidiano, al final de una calle cualquiera, si más allá de los grises intereses opacos y tóxicos como el humo de los escapes, como una esmeralda en el lecho de un río contaminado, puede vibrar flamígero y fulgurante, fluctuante, un álamo como este, la realidad también puede ser intensa. La lucidez puede resultar alucinógena, no hace falta soñar ni emborracharse. Bajo una determinada luz y en un momento dado, como a ojos de un pintor genial, de cualquier objeto puede aflorar su latido más profundo, fluir un manantial de vida verdadera, precipitarse una catarata detenida por una mirada que se eterniza en el lienzo o en un verso. Todo es susceptible de merecer un cuadro, un poema, una mirada como la mía a este álamo. Se producen una identificación y una cristalización idénticas a las del amor. La verdad está en la mirada. Amo al álamo, al álamo y a cada uno de sus movimientos en el tiempo, a la vida, a mí mismo como Walt Whitman.
Y justo ahora  siento en la yema de los dedos la inminencia de la escritura, la exaltación de la escritura, no ya la intuición como otras veces de que tarde o temprano escribiré, sino que percibiendo el eco inverso del primer verso, me posee la certeza de que tras descabezar unas horas de sueño voy a escribir, por fin voy a escribir, a celebrar la visión del álamo, a celebrar mi mirada y la poesía y el álamo con un poema sobre el álamo que lo duplicará como si lo reflejara en un río, y dotándolo de otra sombra o reflejo lo trasplantaré de vuelta a la ficción.
Me quedo admirando el milagro de su brillo al fondo de la calle.
                  
                  
                       

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