martes, 26 de febrero de 2019

EL ASEDIO: El pasado.



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El ciruelo se estremece al viento azulado del recuerdo. En torno a la fronda dejan de ondular áureos resplandores y de vibrar partículas de luz y láminas de calor, reabsorbidas por la sombra verde oscuro. La modorra de la tarde se enreda en las ramas de los perales. Las flores y los frutales, las yerbas y los arbustos duermen al sol el sueño del pasado. También yo traspuesto –a otro tiempo- me he quedado transido de nostalgia soñadora.
Al incorporarme en la mecedora, aún no al presente, y recoger del suelo el folio, me siento en el interior de un sueño de la casa. Escenario de mis sueños, ya que no hay sótano, el patio es el subconsciente de la casa que duerme la siesta arrullada por las cigarras bajo el manto azul del cielo soñando con el pasado. En cualquier momento, de la casa saldrá el abuelo a podar la parra o a regar con la goma desenroscada desde el grifo. A mamá no la esperamos. Como siempre está en la ciudad, en el ambulatorio o ejerciendo su labor de voluntaria en el hospital. Su vida, práctica y positiva, útil, productiva, actualizada, activa, la aleja del cementerio en que se ha convertido el pueblo, y de la casa, uno de sus nichos. Su carácter la excluye de todo delirio onírico, del estatus de personaje de un sueño; por el contrario, yo soy el fantasma ideal. Los espectros vienen a sus antiguas casas a rememorar fracasos y desengaños, a lamentar desilusiones y desastres, las traiciones que los llevaron a la tumba y los ataques a su legado. Ellos recuerdan y yo llevo horas recordando. Hasta que me reintegro al presente. Sigo mirando al pasado pero desde la platea, como si estuviera en el cine y no interpretando un largometraje interminable.
En el folio he anotado uno de mis códigos mnemotécnicos: “Álamo al fondo, 94, insomne, Faulkner, poema”. Palabras de un mensaje en clave que desde otro tiempo (año 94) me remite el pasado para que descifre su significado. Una especie de conjuro que convoca a espíritus de otra época y evocan un acontecimiento decisivo, en apariencia intrascendente, invisible desde afuera, como todo lo que me ha ocurrido en la vida, hasta hace un año, nimio, pero que para mí sería crucial, definitorio de aquel período y esencial para el futuro.
Porque la visión de aquel álamo, ya en la ciudad, la revelación de su verde trémulo, vivo, la inspiración de aquel esmeralda relampagueante, con los nervios exasperados por el café y la sensibilidad como una herida palpitante, debió fermentar algún proceso de maduración, y después de múltiples intentos, de repente, como una tormenta, se gestó en mi interior el primer poema verdadero, un poema que más que sobre el álamo versaba sobre su trasplante de la ficción a la realidad, sobre la poesía, sobre el poema mismo. En definitiva, sobre la forma. Si lo sentí como mi primera obra auténtica se debía a que su forma me resultaba satisfactoria. ¿Acaso no es la forma todo en el arte? ¿Qué quedaría de una sonata de piano, de un cuadro abstracto, si obviáramos la forma? Si no me esmero en la forma esta novela quedará reducida a una sucesión de invectivas contra Ángela, a un rosario de insultos y descalificaciones. No bastará con que ponga en ella mi verdad y mi vida, con que exponga mi lucha y mi sentido de la justicia, mi supervivencia. Sin renunciar a una aparente frescura y espontaneidad en la narración de los acontecimientos, tendré que cuidar el estilo, labrarlo como un artesano, ya que en él reside la dignidad de mi oficio. Pero ya veo que Ángela asoma alguna de sus cabezas de Hidra incluso a la hora de tratar cuestiones técnicas o de rememorar sucesos muy anteriores a mi encuentro con ella.
Jadeante de sol y sed Viento vuelve al porche. Mi nuevo perro ya tiene nombre. A dentelladas al aire espanta a una abeja. Hunde la cabeza en el cuenco de agua y se tiende con cuidado de evitar la fila de hormigas. Su vida plácida, de burgués retirado, contrasta con su musculatura, la impresión de movimiento constante, como una llama de bronce, que ejerce su cuerpo. Viejo soñador de cacerías ancestrales, se ha adaptado bien al carácter de la casa.
Aquí el tiempo transcurre como en los sueños, como un borracho se tambalea o da tumbos sin futuro, cae y se estanca en un presente continuo de sol fijo, embalsamado a lo largo de tantas horas amarillas e idénticas que lo ciñen con sus ondas y cintas, se embalsa embarrancado en una sola hora, la misma siempre, radiante, inconmensurable, melosa, densa, madura, pegajosa, concéntrica, una hora en espiral, circular, un remolino tranquilo, un laberinto profundo de trama concéntrica.
Y la casa, museo de la memoria de tantas generaciones, es una nave inmóvil en la calma chicha del océano del tiempo. En ningún otro sitio habría vuelto a funcionar la brújula de mi conciencia señalando el norte de mi vida, el norte y el sur, mi futuro y mi pasado, el rumbo y el trayecto recorrido, la literatura. He vuelto a escribir en el lugar donde empecé a hacerlo, cuando mi sed de éxito se reducía a culminar mis primeras lecturas o ensayar algún desvaído esbozo narrativo. He recobrado la esencia y la pureza de la literatura, su mero ejercicio y práctica. Me considero afortunado de haberme librado de las poses y compromisos, paripés y representaciones que la rodean, accesorios y enojosos, ineludibles, imprescindibles para figurar en primera línea comercial del mercado editorial. ¿Qué tiene que ver semejante feria de las vanidades con el arte? Solo me apetece hablar de libros conmigo mismo o con los muertos, sus autores.
Pero tampoco me tienta retornar a mi existencia previa, cuando antes de conocer a Ángela me eran inaccesibles las mesas redondas y entrevistas de prensa, coloquios y recepciones en ministerios y embajadas. La vida nocturna distrae tanto de la escritura como la privilegiada. Salir cada noche requiere tanto despliegue de energía e hipocresía como una cela de gala. Ahora no solo reniego de mi afán de éxito, sino de toda aspiración a la difusión de mi obra. Me alegro de que mi novela más vendida haya sido publicada bajo el pseudónimo de mi plagiadora. Puede que haya alcanzado la paz, la perfecta indiferencia por la opinión ajena. Me da igual la suerte que espera a esta novela una vez que la dé por terminada, solo el amor propio me empeña en ella, la satisfacción por el trabajo bien hecho es lo único en juego, damas y caballeros, a riesgo de parecer descortés, me importa poco si esta obra les agrada o disgusta, si es que han prolongado la lectura hasta este punto, ya sé que es poco lo que puedo esperar de ustedes, ni siquiera crédito o respeto.
Sigan comprando, si eso les place, las novelas más publicitadas, solo así seguirán siendo las más vendidas. Especialmente, no olviden El Centro del Vacío, no entenderán nada pero dirán a todo el mundo cuánto les gustó y se seguirá vendiendo. No es que se anuncien a bombo y platillo las obras más vendidas, sino que éstas son leídas porque se anuncian.
Ángela, al borde de la silla quizá para que le ceda la mecedora me rebate con que nuestro amigo Luis Rey me ha publicitado sin éxito alguno de mis títulos previos. Pétalos de rubor le han teñido las mejillas cuando me he referido al plagio. Me advierte que el aislamiento no conduce a nada bueno, y que rechazar el mundo real con la ilusión de cultivar un mundo propio es la evidencia de que carezco de éste, ya que solo a partir de la realidad, permeándose de ella, el escritor elabora la suya, y le robo la palabra a punta de dedo índice para señalarle todo lo que llevo escrito pese al rigor de su acoso, y que la única posibilidad de mantenerse al margen de la vulgaridad del presente es aislarse en un civilizado reducto propio, pero ella insiste en que es típico de una inteligencia equivocada, de una mente retorcida, permanecer fuera del tiempo, sus palabras zumban monocordes, machaconas como abejorros, dejo de oírla, me tapo los oídos y sus ojos chispean y el cabello se le eriza, se le riza y desenrosca mientras la invito a dejar de creer en mojigangas y pejigueras de psiquiatra de revista dominical o psicólogo de de magazine matinal, y le señalo que la verdadera manifestación de una inteligencia equivocada es sembrar de ceniza y sal mi campo vital cuando podría con ella abonar tantos intereses artísticos como su espíritu cultivaba, y al acusarla de ser, en el mundillo literario, competente en todo menos en la literatura misma, me espeta que un escritor sin lectores es como si no escribiera, intento contradecirla pero habla cada vez más alto, me impele a volver a la ciudad a afrontar mis errores bajo amenaza de enviarme a alguien que me obligue a hacerlo, me ha concedido dos semanas de tregua pero a mi edad ya va siendo hora de que madure y asuma mis responsabilidades, ya los abejorros son avispas que intento quitarme de encima, ella se excita y salta de la silla, y aunque manoteando, como con un pase de magia, logro que mi enemiga se desvanezca, el eco de sus palabras, de nuevo abejorros, resuena en el aire, reverberan graves e indignadas, resentidas y amenazantes vibran y se elevan como blasfemias al cielo, y el abejorro más grande ya es un helicóptero que sobrevuela muy bajo sobre el patio, éste real, no como la visión de mi fantasía esquizofrénica, puedo distinguir en la cabina acristalada la cabeza con auriculares y gafas ahumadas que me enfocan, y sin tiempo de comprobar si es de la policía me deslizo bajo la mesa de camping donde a cuatro patas aprieto los ojos y con los brazos me tapo la cabeza esperando que no me hayan identificado.
                  

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